Cuando escuchamos hablar de los milagros que hizo el Señor Jesús realmente nos asombramos. Pero en realidad, si lo pensamos con mayor detenimiento el fenómeno real fue la actitud que precedía y sucedía en la gente después de un milagro (Juan 5:10, 6:15, 6:26, 6:65-66, 11: 45-48). Por un lado, los que creían en el evangelio y por otro los que buscaban lo suyo siguiendo a Jesús y quienes se oponían deliberadamente. Es notorio que las escrituras nunca antes de la crucifixión del Señor Jesucristo hagan mención de alguien celoso o defensor de la gloriosa provisión del Verbo hecho carne en la tierra.
¿Por qué consideran que esto pudo ser posible?, ¿porque no levantarse en contra de quienes se opusieran creyendo con una fuerza sobrenatural, incluso haciendo una revolución? Porque no es con espada ni con ejército sino con su santo espíritu. (Zacarías 4:6, Salmos 44:3-7)
Entonces respondió y hablóme, diciendo: Esta es palabra de Jehová á Zorobabel, en que se dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.
Pues no por su espada tomaron posesión de la tierra, ni su brazo los salvó, sino tu diestra y tu brazo, y la luz de tu presencia, porque te complaciste en ellos.
Una representación clara de esta división de pensamiento la encontramos en el pasaje de la resurrección de Lázaro. Contemplamos también el carácter aquilatado de Jesús (Juan 11:7-8).
Luego, después de esto, dijo a sus discípulos: Vamos de nuevo a Judea. Los discípulos le dijeron: Rabí, hace poco que los judíos procuraban apedrearte, ¿y vas otra vez allá?
Podemos ver el asombroso acto milagroso de Dios de regenerar un cuerpo que hiede ya pasados cuatro días de muerto, encerrado en una cueva y resguardado por una enorme roca por puerta (Juan 11:38-41).
Y Jesús, conmoviéndose otra vez en sí mismo, vino al sepulcro. Era una cueva, la cual tenía una piedra encima. Dice Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que se había muerto, le dice: Señor, hiede ya, que es de cuatro días. Jesús le dice: ¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde el muerto había sido puesto. Y Jesús, alzando los ojos arriba, dijo: Padre, gracias te doy que me has oído.
¡¿Acaso, la representación de nuestro estado antes y aun después de conocer el evangelio de la fe?! Tristemente y con peligro se puede estar muerto creyendo estar vivos. De igual forma vivir en el mundo creyendo que “la vida es corta” y “sólo se vive una vez” ignorando por propia decisión que hay una eternidad que aguarda a todos. ¿Si esta eternidad no existiera por qué hay terror a morir? Muchas respuestas humanistas pueden surgir para evadir lo fundamental: hay una vida eterna que nos aguarda a todos. (Hebreos 9:27, Romanos 2:4, 2 Corintios 3:3, Ezequiel 18:31)
Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio.
¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?
Continuando con el pasaje, ¿qué tuvo que suceder para que aconteciera el regreso de muerte a vida de Lázaro? En primer lugar, la piedra que encerraba a este muerto en el sepulcro tuvo que ser quitada. Aún podemos reconocer nuestra necesidad, podemos orar y orar, así como clamar con fervor, imponernos tiempos de petición y ruegos. Sinceramente equivocados podemos añadir ayuno a fervorosas oraciones o exigencias a Dios por días, meses e incluso años. Sin embargo, el milagro no se manifiesta porque hay una piedra en nuestro corazón que debe ser removida, quitada (Ezequiel 11:19, 2 Corintios 3:3, Ezequiel 18:31)
Y les daré un solo corazón; y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos, y quitaré de su carne el corazón de piedra, y les daré un corazón de carne
Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por nosotros, no escrita con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos.
Arrojad de vosotros todas las transgresiones que habéis cometido, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel?
Se dice comúnmente que la oración resuelve todo. Y bien, no es incorrecto si nuestra oración, estudio de la Palabra, ofrenda de alabanza o especie, ayunos, obras y demás; es el equivalente preciso de comunión íntima con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no por lo que nos da sino por quién es él. Recordemos que la oración respondida corresponde a un corazón resucitado, es decir, fruto del milagro sobrenatural del Señor Jesús de renovar nuestro entendimiento, dándonos la sensibilidad de un corazón de carne. El milagro no puede ocurrir simplemente porque hay una piedra en nosotros que tiene que ser removida y quitada. Cuando nuestra oración sea para la gloria de Dios y no para gloriarnos a nosotros mismos. ¡Hasta que la piedra fue quitada por la orden de Cristo llevada a cabo, el milagro de la resurrección pudo ocurrir! Mientras, Dios esperaba con paciencia a que la roca fuera removida. (Juan 11:35-36) ¡Cuánta gracia hay detrás del milagro de cada vida, de tu vida amado y amada!
Jesús lloró. Por eso los judíos decían: Mirad, cómo lo amaba.
Pregúntate qué tipo de piedra es la que impide que nuestras oraciones sean contestadas. Si de resentimiento por alguna herida, si de egoísmo incrustada en lo profundo de tu ser, o de impaciencia por no madurar en la fe, o quizá de avaricia o codicia. Hasta la posibilidad de una grande roca afilada de orgullo, celos, amargura, incluso apatía (Hebreos 10:25, Efesios 4:18, Efesios 4:31-32).
No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto ves que aquel día se acerca.
Entenebrecidos en su entendimiento, excluidos de la vida de Dios por causa de la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón.
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
Piedras descomunales que impiden que nuestras peticiones y alabanzas asciendan al Trono sublime. ¿Qué es más fácil amados y hermanos, quitar una piedra o resucitar un muerto? podemos decir por lógica que es más fácil quitar una piedra que revivir un muerto. Pero si lo meditamos, concluimos que es más difícil para nosotros remover una piedra que para Jesús resucitar un muerto.
Es como si hubiera un pedrusco en el conducto principal de combustible de tu automóvil, no importa cuánta gasolina bombés al tanque, sólo lograras que se derrame y el auto no avanzará. Después de remover las rocas, la oración será efectiva, pues la oración del justo puede mucho. (Santiago 5:16).
Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho.
En conclusión hagamos una autoevaluación (2 Corintios 13:5) Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?
Escuchemos esta orden de labios de mismísimo Señor Jesucristo — ¡Quitad la piedra!